EL ARCA DE NOÉ:

JICARAZOS

Por: Noé Rocha Otero

Ni modo, sin boiler y agua caliente, pues a bañarse a jicarazos con agua fría.

De un día para otro el sol ya no salió, se nubló  y se soltó tremendo frío. Era domingo, día de baño y cambio de ropa para ir a misa de doce, no sin antes ingerir el sagrado desayuno de enchiladas con chicharrón.

En el patio había muchas tinas y una pila donde se acumulaba el agua del pozo. A un costado una cobija vieja cubría la puerta del baño. Ahí se quitaba uno la ropa y con el cuero de gallina empezaban los jicarazos para lavarse el cuerpo. Maldito frío, decíamos.

Sobre un clavo de la pared colgaba el estropajo y un jabón zote color rosa. No había champú. El estropajo que se había cortado de la planta que estaba sobre el árbol de limón dulce era duro y lastimaba brazos, piernas, nalgas, cuello y espalda, pero teníamos que lavarnos bien la cola para dominguear, esas eran las indicaciones de mamá.

Por supuesto que no era lo mismo bañarse a jicarazos en temporada de calor que de frío. Con los cuarenta grados que tenemos en los meses de verano disfrutas el agua y la vacías en el cuerpo de manera suave, sin tiritar, disfrutándola, poniendo jabón lentamente y de vez en cuando cantando cualquier rola que se venga a la mente.

Con calor, hasta dos veces te bañabas. Ibas a la escuela limpio y por la tarde, cuando salías a jugar con los amigos, llegabas sudado y mugroso a la casa, por lo tanto, nuevamente pasamos por la jícara para bañarnos, cenar frijoles, ver el chavo del ocho con el vecino y luego a dormir.

Doña Choco me dijo que escribiera algo de esto, porque ella aún se baña con la jícara que cortó de un árbol de cujete que tiene en su rancho de tapapolum. “Nosotros seguimos siendo jodidos, no tenemos para una regadera y mucho menos para un baño. Como te das cuenta al fondo de la casa, en el patio tenemos el lugar donde nos bañamos. Todo el cuadro se sostiene con palmas secas y cuatro troncos, ni siquiera tiene techo”.

“Yo sufro mucho para bañarme en temporada de frío, porque cuando hace calor no hay ningún problema de contraer gripe o tos. A mi edad está cabrón que tu cuerpo se oree al aire libre, pues te pega con ganas el aire y eso hace daño, pero no hay de otra, tenemos que asearnos para ir a trabajar de criada, más aún cuando la patrona te lo exige”, me dijo Doña Choco.

“Fíjate Noé que la jícara no solo la usamos para bañarnos, sino para lavar los trastes y para regar la calle, son eficientes y de buena calidad porque nos duran mucho: las de esta región de Misantla son pequeñas pero sirven mucho”.

Doña Choco me recordó a la abuela Carlota, quien se bañaba a jicarazos y mi mamá también lo heredó y a nosotros también nos tocó vivir esos momentos de limpiar el cuerpo a jicarazos.

En algunos ranchos de nuestra tierra aún utilizan la jícara para las labores del hogar. En la sierra, donde se encuentra el tanque de agua siempre hay una para lavarse las manos, la ropa o los trastes.

Aún recuerdo que cuando mamá te mandaba a bañar en el invierno siempre había pleito o discusión segura. No querías saber nada de los jicarazos, pero ella tenía la razón de que ya andábamos muy mugrosos.

Llevar las dos cubetas con agua al baño era un martirio. Tan solo al ver la neblina y sentir el frío del medio ambiente ya calaban los huesos. “Órale cabrón, después del primer jicarazo ya no sientes nada, báñese porque ya es tarde y tiene que irte a la escuela”, comentaba mamá.

La mayoría de los compañeros de la escuela primaria sufría también al bañarse, platicábamos cómo nuestros padres nos obligaban a ser limpios y pasar por la jícara era un martirio, más, cuando había chipichipi.

En el pueblo hay algunas personas que aún se bañan a jicarazos, pese a los intensos fríos que hemos sentido en este  febrero loco. No es que sea una tradición esto de la jícara, sino que la gente lo hace así porque no tienen regadera.

Hubo momentos muy complicados del invierno, por lo tanto, tuvimos que calentar el agua en la leña del brasero. De esta manera evitabas contraer una tremenda gripe de moco caído e ir con el doctor Camilo González, quien al terminar la consulta siempre te decía: “Puedes comer de todo y bañarte”.

En el pueblo muchos pasamos por estas odiseas, aunque también muchas veces  fuimos al manantial que estaba pegado al dinamo, donde en temporada de frio, el agua era tibia, pero tenías que bañarte rápido, porque estar desnudo a la intemperie era muy difícil aguantar las bajas temperaturas.

Aun recuerdo que cuando íbamos al río con mamá. Al terminar de lavar la ropa se bañaba a jicarazos, pero las consecuencias le llegaron ya de vieja, pues todo le dolía, sobre todo los brazos y las piernas.

Creo que a Paola y Anahi, las nietas consentidas de mamá tuvieron la oportunidad de que doña Rufi les bañara a jicarazos. En ocasiones, llorando las tuvo que meter a la tina y lavarles un poco más allá de las orejas, ellas pueden contar mejor la historia que yo.

Son tantas historias y recuerdos que vivimos en familia que no se pueden olvidar. Y no solo fueron exclusivos de nosotros, sino de muchas familias en el pueblo. De los jicarazos pocos se escaparon, aunque se disfrutaban mucho más en el calor que con el intenso frío del invierno.

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